Crecer contigo


madre e hijoLo siento. Al tropezarme de golpe con la estampa de tu nostálgica carita, pienso en lo inclemente y despiadado que puede llegar a ser el hacerse mayor. Creces sin quererlo y sin entender por qué se te aplaude cada vez que das un paso hacia el ocaso de tu niño interior. Sonríes como una esfinge que busca consuelo en un cielo que no alcanza a mirar. Tus ojos, inmóviles, tristes, afligidos, sumergidos en el pesar de una despedida obligada, permanecen quietos y mudos.

En el fondo, esperas que este momento se dilate en el tiempo y se diluya como el eco de los versos de una sirena en las profundidades del mar. Y que no sea verdad. Pero aquí estás. Este instante, preñado de dolor, de recuerdos, de sonrisas que ya zarparon, de amor... te parte y te comparte, todavía un poco más, con un mundo más maduro, y más grande. Y tan distinto del que, hasta ahora, era tan tuyo. Abandonas un pedazo de ti y tiras por la borda los retazos de aquel bebé que vas dejando de ser.

Te enfrentas a tu primera renuncia, más o menos consciente, a cambio de caricias y de cumplidos, de palmas que alaben tu coraje. Y celebras, sin apenas ganas, que ya no vas a tener chupete, ese que persigues con tu mirada medio arrepentida mientras desaparece para siempre en el resuelto horizonte de mis manos. Y yo, que te observo y sonrío como lo hacen tus labios, sé que, por dentro, pronuncian las contusas estrofas de las coplas que brotan entre los restos de los naufragios.

Supongo que, desde la racionalidad y la sensatez en que hallo sustento, es fácil discernir el sentido de haber puesto fin a vuestro fantástico idilio. Porque entiendo que este romance se te puede ir de las manos y causarte daño más adelante. Porque percibo la advertencia de la tempestad en la lejanía y la cercanía de sus malos augurios. Porque diviso la contorsión que podría amenazar tus futuros dientes o, incluso, el aturdimiento del habla que podrían convertirse en todo un calvario. Porque comprendo, pues la lógica me lo permite, que no es necesario ni recomendable permitir que continúes por este camino. Y es mi deber protegerte. Por eso, tesoro mío, he forzado esta ruptura y te he convencido de que ya no requieres los favores de este juguete. Este amor, créeme, ya no te conviene.

Sin embargo, en el otro lado; en la extensión de un mundo que no tiene fronteras ni malas profecías; en los extensos dominios de la magia y de las infinitas posibilidades; en tu cándido universo, cielo mío, no hay explicación posible que disculpe esta despedida. He percibido la duda entre las comisuras de tu boca cuando me lo entregabas sabiendo que no volvería. El quebranto de tu corazoncito ha asomado con sutileza por tus pupilas desparramando tus párpados sobre el pavimento y encauzando tu mirada hacia el infinito. Por un segundo, has estado completamente ausente.

Y en el breve abandono de tu consciencia, sé que has recordado la paz y el sosiego que este incondicional camarada siempre te ha brindado. Has evocado cómo ha aliviado tu llanto y ha templado tus angustias en las noches más frías, cómo ha anestesiado tus pesadillas y ha fortalecido las entrañas de tu descanso. Has arrastrado a tu memoria los momentos en los que se enredaba travieso entre tus dedos y cuando lo escondías bajo el babero o lo querías simplemente para ocupar tus labios. Has añorado todo junto, al mismo tiempo, y también has presenciado su partida. Y en el ávido abrazo que precede al olvido, has intentado retenerlo en tu mente por una última vez.

Ha sido, precisamente, en ese efímero instante cuando he reparado en el reflejo de tu pena y de tu nostalgia rebosando tus mejillas. Es entonces que he sentido que el reloj ya no marcaba las horas y que se me esculpía tu demacrado gesto en cada poro de mi piel. He comenzado a fantasear con esa mueca fugaz y tan singular que ha disfrazado tu rostro. Y, en el angosto devenir de una miríada de pensamientos, he creído verte de adolescente o ya convertido en hombre.

Me ha parecido tenerte delante de mí con muchos más años sobre tu espalda y con la misma resignada expresión arañando tu cara. Eras tú despidiéndote de un romance imposible, cediendo ante la razón porque el corazón ya se ha desbocado. Eras tú enamorado y entristecido, rendido y decidido, resuelto y desmantelado, testigo y protagonista de un sueño o de una pesadilla, henchido de heroísmo mientras decías adiós a lo que tanto amabas. Eras tú con algunas primaveras más y unas cuantas lágrimas de esas que no se vuelcan por no enturbiar el imborrable momento de la separación. En mi huidiza imaginación, parecías tan mayor...

De repente, me he dado cuenta de que estamos aquí y ahora y de que solo tienes tres añitos; de que no entiendo por qué a veces mi mente inventa lo que no está escrito ni por qué, allí donde reina la claridad, tengo la necesidad de verter mis tinieblas y mis invenciones. No debería emborronar algo inocente con la trascendencia que no se merece ni tampoco restarle magnitud. Debería encontrar el equilibrio. Y, en medio de este desbarajuste inventado por mi razón, estás tú. Tú, que ya sonríes y bailoteas a mi alrededor. Tú, que ya te has olvidado de que el chupete no regresará jamás a tu lado. Tú, que hoy te sientes así de importante. Tú, que te enorgulleces por haber sido capaz de desterrar al que fuera durante tanto tiempo tu compañero de fatigas. Tú, que tanto me fascinas; tú que eres más fuerte y más sabio de lo que yo jamás sospecharía...

Será entonces cosa mía. Será que doy a las cosas demasiadas vueltas; que veo gigantes donde solo hay molinos o que oprimo los bellos momentos con absurdas y engorrosas ideas. Será que todo es mucho más simple de lo que pienso. Será que, en realidad, advierto el tañer de mi alma ofreciéndome un pellizco del abismo de sus sombras y de sus miedos y que, si me detengo a escuchar el murmullo de sus versos, entenderé por qué me ha sobrecogido ese semblante tuyo, tan dócil y tan sacrificado... Puede que por eso, todo esto me parezca mucho más trascendente que la simple agonía de tu chupete y que, en el fondo, sienta que no se trata solo de tu despedida sino también un poco de la mía.

Será que, al hacerte hoy más grande, tu necesidad de mí se ha hecho irremediablemente más pequeña y que, entre los aplausos que ovacionaban tu proeza, he brindado mi último saludo a esa parte tuya que ya se extingue, que ya expira, que ya aterriza sin pausa alguna en el reino de tu madurez. Puede que me haya dolido ver cómo se va disolviendo tu niñez y cómo va prescindiendo de ti el bebé que un día fuiste. O que me haya sobrecogido la idea de que hoy sea el chupete lo que ya no más requieras y mañana puedan serlo mis abrazos, mi consuelo, mi consejo y mis sonrisas. Será que tengo miedo de que crezcas demasiado. Aunque, tal vez, si soy valiente, si logro patear al infierno los espectros que me paralizan y calcinarlos con tu fuego, si me permito saborear cada una de tus conquistas y acompañar firmemente tu vuelo, si aprendo a crecer contigo, cielo mío, puede que, como ha ocurrido hoy, el mañana no me robe ninguno de tus besos.

© 2008 - 2024 () elembarazo.net. Todos los derechos reservados.

o

Inicia Sesión con tu Usuario y Contraseña

o    

¿Olvidó sus datos?

o

Create Account