Do de pecho

Problemas de la lactanciaDurante mi embarazo procuré documentarme todo lo que pude sobre el mismo así como sobre la lactancia. Estudiaba las posturas que utilizaban mis amigas mientras daban el pecho y me zambullí en el mundo de las pezoneras, los discos para el pecho y de las almohadas especiales para facilitar la tarea.

Vamos que más ganas que yo no tenía nadie de dar el pecho

Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Desafortunadamente, la subida de leche a casi 4 días de dar a luz, no sacar nada, los dolores y las lágrimas con nocturnidad y alevosía (de puro dolor) hicieron que los consejos de amigas y mi documentación previa no me ayudaran para nada.

El mismo día que di a luz, pregunté de forma insistente a las matronas sobre el tema de la lactancia, y ellas (y digo ellas, porque a cada una que entraba se lo preguntaba a la par que le pedía un minibibe para el bebé que rabiaba de hambre, claro) se limitaron a tocarme el pecho y a decirme que no tendría problema alguno.

Ya, pero la cosa es que aquello seguía estando vacío y chuchurrío, se lo ofrecía al peque de mil y una forma, ya que cuanto más mamara, más se estimularía la producción. Me lo decían una y otra vez, y lo probaba primero de un lado, después de otro.

Nada.

Entraban, me cambiaban la vía, les preguntaba si así o asao, y me decían lo fundamental que era dar el pecho.

Que sí, joder, pensaba. Que yo también lo suscribo, pero ¿Qué tal una ayudita? Porque de mi pecho no salía nada, apenas el calostro… y yo les decía, ¿Y si le ofrezco biberón, que parece que la criatura tiene hambre? Y me miraban alucinadas, como si les hubiera dicho de dar DYC con cola al enano, vaya…

Cuando salí del hospital pregunté qué leche de fórmula podría darle en el caso de no poder dar el pecho. Tenía una intuición, supongo. Su respuesta fue clara y contundente: “Vas a darle el pecho, no te preocupes”.

Ole, ole y ole.

A los cuatro días, me desperté con el famoso dolor de la subida de leche. Los tenía hinchados, con venas azuladas que salían del pezón como rayos de sol eléctricos y tirantes. Confiada aún en la posibilidad de la lactancia, puse al gordito en uno de los pechos, y una vez más, nada.

Bueno, sí: muchísimo dolor, pezones agrietados, y más dolor.

Mientras tanto, el bebé lloraba desesperado porque le parecía una broma de mal gusto. Y para mí una tortura china.

Lo intenté todo, duchas calientes, masajes cálidos sobre el pecho, sacaleches del demonio... El dolor iba en aumento, como los botes de leche de fórmula.

A los dos días, después de dos noches completas sin dormir del dolor tan brutal que sentía en el pecho (que hacían ridículos los dolores del parto), acudí a urgencias, con fiebre, con un pecho descomunal y una carita que ni los de Walking Dead.

Cual fue mi sorpresa cuando las matronas/auxiliares/enfermeras/lo que fueran me acosaron a preguntas de si lo hacía bien, que era muy importante dar el pecho (aaarg! ya lo seee), que probara con los paños calientes, que tenía que intentarlo más, bla bla. Les dije, sin apenas fuerzas, que sí a todo, que lo había intentado, probado, y no podía más, que me encontraba fatal.

Todo esto con unas ganas horrorosas de llorar, porque una estaba blandengue y con las hormonas del revés. Ellas ya me mandaban de vuelta a casa “Vuelve a intentarlo” (con dos cojones) cuando se me ocurrió sugerir la pastilla para cortar la leche (mi cuñada le pasó lo mismo y me lo recomendó en última instancia), y la cara que me pusieron fue como si les estuviera confesando un crimen.

No acababa de ver la luz al final del túnel.

Así que, entre cuchicheos y malas caras, y yo frustrada, juzgada y hecha una mierda me hicieron pasar al ginecólogo de urgencias, que en cuanto me tocó el pecho mi chico oyó los alaridos desde el otro lado del pabellón. Lloré, rabié... Aquel dolor era inhumano. No imagino tortura peor.

Afortunadamente sin decirle nada, me recetó Dostinex (la famosa pastillita) e ibuprofeno cada 8 horas. Me recomendó aliviar el dolor y el peso del pecho (descomunal) con el sacaleches, para sacar la que tenía obstruida.

Y así lo hice, y volví a ser persona y a disfrutar de mi gordito a los tres días.

Sin embargo, me seguí sintiendo juzgada meses después, ya no solo por profesionales médicos, sino por gente, que me preguntaban cosas como “Oy, qué niño tan lindo, ¿Qué tiempo tiene?” “Tanto”, decía yo, “Está muy grande! ¿Le estás dando el pecho?” Pregunta que me escocía, porque al decirles que no, me miraban y me preguntaban que por qué.

Aaains, el sentimiento de no haberlo intentado más y de ser mala madre volvía a acosarme.

Cogía aire y pensaba “vaya, otra vez a contarles la historia” Porque tenía una imperiosa necesidad de justificarme, de decir que yo quise, pero no pudo ser.

Pero todo cansa, y a día de hoy, sencillamente digo no, y me resbala lo que piensen. Una buena madre no se puede medir por cuanto le has dado el pecho o no. Hay muchas más cosas, y disfruto de la maternidad en sus múltiples aspectos.

Tengo un niño sanísimo de 10 meses que es alegre y feliz. Me hubiera encantado poder darle el pecho, pero las cosas salieron así y no lo puedo cambiar. Punto.

Me quedo con una reflexión que el pediatra Carlos González en su libro (que desde aquí recomiendo) “Un regalo para toda la vida”: Dar el pecho debe ser un vínculo de amor entre madre e hijo, no de sufrimiento y dolor.

 

 

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