Volar a las estrellas

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Volar a las estrellas


No pensé que llegaría tan pronto; ni que tan rápido quedarían desarmadas mis manos y la fuerza de mis labios para articular palabras. Como una ráfaga desairada, y tan inocente, me ha sobrecogido la punta de la pregunta que me has lanzado y que creí recorrería años luz antes de atravesar mi pecho. Con un golpe colérico y preciso, has corrido las apretadas cortinas que me mantenían a salvo y me permitían vivir con mis propias creencias, sin la obligación de servirlas aderezadas con explicaciones.

Con la curiosidad asomando la cabeza por entre las hendiduras de tu espíritu, has sacudido ese mundo perfecto, personal, íntimo, seguro e intransferible en el que, hasta ahora, campaba a mis anchas. Has llamado a la puerta de los aposentos de mi alma; allí donde se me enreda con la tela de ideales e impalpables certezas acerca de la vida, del ocaso y del Universo; allí donde tarareo los versos de mi proprio credo. Adoraba la calma de esas coplas que dialogaban solas.

Y entonces llegas tú queriendo saber sobre todas esas cosas importantes; iniciando una conversación que me incomoda, que me obliga a abrir la puerta de esa estancia secreta y a revelarte verdades que son tan solo mías. Sin darte siquiera cuenta, con tu lenguaje desaliñado y tu boquita cubierta de chocolate, has vertido agua fría donde se me templaban hasta los huesos. He sentido el rasguño de un gélido escalofrío cuando, sin venir a cuento, me has pedido que te contara quiénes fueron tus abuelos, dónde están, por qué se fueron...

No entiendes por qué hicieron las maletas y emprendieron un viaje sin retorno. Te parece una locura que se marcharan sin esperar a conocerte. ¿Dónde han ido? —me preguntas—. ¿Por qué no vuelven?— insistes—. ¿Y yo qué debo decirte? ¿Acaso debería explicarte lo que creo de la muerte? ¿Debería invitarte a los aposentos donde descansan mi fe y mis recelos? Cielo mío, eres todavía muy pequeño.

Te abrumaría conocer el sentir y las ideas que pueblan mi alcoba. Te aturdiría el meticuloso desorden y la falta de sensatez que retozan sobre el lecho. O la credulidad que perfuma cada uno de sus rincones. Te incomodaría descubrir que no hay lógica ni ciencia sino puro sentimiento. Así que no...No puedo abrirte la puerta de mi cuarto ascético. Aunque llegará el día, algún día...

Pero, mientras tanto, puedo decidir contarte alguna fábula preñada de magia o apresar tus pies con fuerza y amarrarlos al suelo con algún razonamiento menos dichoso. Puedo dejar que tu imaginación suelte el vuelo y que se estampe, tarde o temprano, con la idea de que quien va...no regresa. Puedo ser sincera o puedo soñar con atestar tu cabeza de todas esas lindezas en las que creo y que no se tocan ni se besan.

Puedo mirar para otro lado y fingir que no escuché tus dudas... O conceder sosiego a la inquietud de tus 4 añitos cambiando de tema con un abrazo de esos... Puedo darle o quitarle importancia a tu interés ingenuo; puedo limitarme a los hechos, convencerte de que las despedidas son solo parte del sendero o mentirte, aunque sea un poco.

Sin embargo, por un instante, que ha durado ciento, hoy no he sabido qué decirte. He quedado indefensa y con el aliento entrecortado. Esa chistera de la que siempre me brotan un sinfín de argumentos y cuentos que te convencen, se ha llevado el circo a otra parte. La imaginación de la que hago gala se ha desvanecido. Y, en mis bolsillos vacíos, no he hallado nada. Nada para responderte. Nada para aliviar tu necesidad de comprensión. Nada que conteste con benevolencia y lógica a la ausencia de esos seres queridos que nunca conociste. Nada que destripe los secretos de la vida y de la muerte.

No he querido asustarte ni engañarte ni ocultarte la verdad. Ni tampoco detallártela. Así que he endulzado mi respuesta con todo mi amor y con un cierto aire de leyenda. Te he contado cómo quisieron convertirse en estrellas para que el cielo no quedara desierto. Y que, para que la noche luciera guirnaldas, tus abuelos volaron muy alto y se empaparon de purpurina y centellas. Por eso, al posar tu mirada en la arqueada cúpula del Universo, chispean para enviarte sus besos.

Después, por un momento, has dejado prendidos tus ojos en el firmamento en un vago intento de reconocer quiénes eran ellos en medio de aquella inmensa galaxia iluminada. —Las dos que brillan junto a la luna— te he señalado—. Has sonreído. —Y ¿cuándo bajarán para abrazarme?—. Cielo mío, — te he respondido— no pueden pues prometieron a la bóveda celeste acicalarla con sus destellos. — Y ¿por qué quisieron hacerlo?—, insistes. — ¿No querían conocerme?—...

Saco fuerzas de donde no las tengo y procuro continuar el rastro de este relato inventado. Tu persistencia me sitúa entre la espada y la pared y me roba el habla. —No es eso, tesoro, simplemente quisieron irse porque ya no podían dibujar, ni reír, ni cantar ni hacer nada de lo que amaban. Su corazón ya no resplandecía. Pero sabían que junto a la luna recuperarían la fuerza y el esplendor. Y así podrían verte allá donde tú fueras—. He apretado los labios implorando al mismísimo cosmos que mi respuesta te satisficiera. Al menos hasta el día en que pueda permitirte el paso a la morada de mis creencias y que tú dispongas de recursos para confeccionar las tuyas. — Y tú, mamá, ¿querrás irte también?—. El corazón se me ha hecho trizas y no he podido contenerme. Así que he optado por dejar que el tiempo te desvele sus negruras. Y, cruzando los dedos para que se me conceda una larga vida a tu lado, he respondido— No, amor mío, yo estaré siempre contigo—.

Ya ves, hoy no me he sentido con fuerzas para conducirte al abismo de algo tan cierto y tan indescifrable como el concepto del ocaso de la vida y de su destino. Se me ha antojado demasiado complejo y perturbador; desmesuradamente sombrío. Algo, cuyo sentido, me parece atender a los indescifrables preceptos del alma de cada uno. Incluida la mía. Pero no creo que ahora, este momento en que nos encontramos, sea el más indicado para hacerte partícipe de todos los matices y alternativas que estarán a tu alcance para abordar este delicado navío. Sospecho que la idea de volar hacia las estrellas se te hace más comprensible e intrigante; como en una aventura de esos seres alados y duendes, en los que todavía crees. Y, aunque peque de cobarde y me abandone al denso fluir de los años para que te abra los ojos, hoy prefiero fingir, cogidita de tu mano, amor mío, que estaremos juntos eternamente.

lidia


No pensé que llegaría tan pronto; ni que tan rápido quedarían desarmadas mis manos y la fuerza de mis labios para articular palabras. Como una ráfaga desairada, y tan inocente, me ha sobrecogido la punta de la pregunta que me has lanzado y que creí recorrería años luz antes de atravesar mi pecho. Con un golpe colérico y preciso, has corrido las apretadas cortinas que me mantenían a salvo y me permitían vivir con mis propias creencias, sin la obligación de servirlas aderezadas con explicaciones.

Con la curiosidad asomando la cabeza por entre las hendiduras de tu espíritu, has sacudido ese mundo perfecto, personal, íntimo, seguro e intransferible en el que, hasta ahora, campaba a mis anchas. Has llamado a la puerta de los aposentos de mi alma; allí donde se me enreda con la tela de ideales e impalpables certezas acerca de la vida, del ocaso y del Universo; allí donde tarareo los versos de mi proprio credo. Adoraba la calma de esas coplas que dialogaban solas.

Y entonces llegas tú queriendo saber sobre todas esas cosas importantes; iniciando una conversación que me incomoda, que me obliga a abrir la puerta de esa estancia secreta y a revelarte verdades que son tan solo mías. Sin darte siquiera cuenta, con tu lenguaje desaliñado y tu boquita cubierta de chocolate, has vertido agua fría donde se me templaban hasta los huesos. He sentido el rasguño de un gélido escalofrío cuando, sin venir a cuento, me has pedido que te contara quiénes fueron tus abuelos, dónde están, por qué se fueron...

No entiendes por qué hicieron las maletas y emprendieron un viaje sin retorno. Te parece una locura que se marcharan sin esperar a conocerte. ¿Dónde han ido? —me preguntas—. ¿Por qué no vuelven?— insistes—. ¿Y yo qué debo decirte? ¿Acaso debería explicarte lo que creo de la muerte? ¿Debería invitarte a los aposentos donde descansan mi fe y mis recelos? Cielo mío, eres todavía muy pequeño.

Te abrumaría conocer el sentir y las ideas que pueblan mi alcoba. Te aturdiría el meticuloso desorden y la falta de sensatez que retozan sobre el lecho. O la credulidad que perfuma cada uno de sus rincones. Te incomodaría descubrir que no hay lógica ni ciencia sino puro sentimiento. Así que no...No puedo abrirte la puerta de mi cuarto ascético. Aunque llegará el día, algún día...

Pero, mientras tanto, puedo decidir contarte alguna fábula preñada de magia o apresar tus pies con fuerza y amarrarlos al suelo con algún razonamiento menos dichoso. Puedo dejar que tu imaginación suelte el vuelo y que se estampe, tarde o temprano, con la idea de que quien va...no regresa. Puedo ser sincera o puedo soñar con atestar tu cabeza de todas esas lindezas en las que creo y que no se tocan ni se besan.

Puedo mirar para otro lado y fingir que no escuché tus dudas... O conceder sosiego a la inquietud de tus 4 añitos cambiando de tema con un abrazo de esos... Puedo darle o quitarle importancia a tu interés ingenuo; puedo limitarme a los hechos, convencerte de que las despedidas son solo parte del sendero o mentirte, aunque sea un poco.

Sin embargo, por un instante, que ha durado ciento, hoy no he sabido qué decirte. He quedado indefensa y con el aliento entrecortado. Esa chistera de la que siempre me brotan un sinfín de argumentos y cuentos que te convencen, se ha llevado el circo a otra parte. La imaginación de la que hago gala se ha desvanecido. Y, en mis bolsillos vacíos, no he hallado nada. Nada para responderte. Nada para aliviar tu necesidad de comprensión. Nada que conteste con benevolencia y lógica a la ausencia de esos seres queridos que nunca conociste. Nada que destripe los secretos de la vida y de la muerte.

No he querido asustarte ni engañarte ni ocultarte la verdad. Ni tampoco detallártela. Así que he endulzado mi respuesta con todo mi amor y con un cierto aire de leyenda. Te he contado cómo quisieron convertirse en estrellas para que el cielo no quedara desierto. Y que, para que la noche luciera guirnaldas, tus abuelos volaron muy alto y se empaparon de purpurina y centellas. Por eso, al posar tu mirada en la arqueada cúpula del Universo, chispean para enviarte sus besos.

Después, por un momento, has dejado prendidos tus ojos en el firmamento en un vago intento de reconocer quiénes eran ellos en medio de aquella inmensa galaxia iluminada. —Las dos que brillan junto a la luna— te he señalado—. Has sonreído. —Y ¿cuándo bajarán para abrazarme?—. Cielo mío, — te he respondido— no pueden pues prometieron a la bóveda celeste acicalarla con sus destellos. — Y ¿por qué quisieron hacerlo?—, insistes. — ¿No querían conocerme?—...

Saco fuerzas de donde no las tengo y procuro continuar el rastro de este relato inventado. Tu persistencia me sitúa entre la espada y la pared y me roba el habla. —No es eso, tesoro, simplemente quisieron irse porque ya no podían dibujar, ni reír, ni cantar ni hacer nada de lo que amaban. Su corazón ya no resplandecía. Pero sabían que junto a la luna recuperarían la fuerza y el esplendor. Y así podrían verte allá donde tú fueras—. He apretado los labios implorando al mismísimo cosmos que mi respuesta te satisficiera. Al menos hasta el día en que pueda permitirte el paso a la morada de mis creencias y que tú dispongas de recursos para confeccionar las tuyas. — Y tú, mamá, ¿querrás irte también?—. El corazón se me ha hecho trizas y no he podido contenerme. Así que he optado por dejar que el tiempo te desvele sus negruras. Y, cruzando los dedos para que se me conceda una larga vida a tu lado, he respondido— No, amor mío, yo estaré siempre contigo—.

Ya ves, hoy no me he sentido con fuerzas para conducirte al abismo de algo tan cierto y tan indescifrable como el concepto del ocaso de la vida y de su destino. Se me ha antojado demasiado complejo y perturbador; desmesuradamente sombrío. Algo, cuyo sentido, me parece atender a los indescifrables preceptos del alma de cada uno. Incluida la mía. Pero no creo que ahora, este momento en que nos encontramos, sea el más indicado para hacerte partícipe de todos los matices y alternativas que estarán a tu alcance para abordar este delicado navío. Sospecho que la idea de volar hacia las estrellas se te hace más comprensible e intrigante; como en una aventura de esos seres alados y duendes, en los que todavía crees. Y, aunque peque de cobarde y me abandone al denso fluir de los años para que te abra los ojos, hoy prefiero fingir, cogidita de tu mano, amor mío, que estaremos juntos eternamente.

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lidia

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