¿Qué demonios ha pasado?

Cambios en la maternidad

Los días me atropellan con demandas y hábitos de autómata. Suena el despertador irrumpiendo con su estrépito en mi cerebro adormecido y me levanto. El agua caliente abraza mi cuerpo aunque sea por unos pocos minutos. Los niños aún duermen. Me visto, me apaño el pelo con cierta prisa, me maquillo bajo la tenue luz del sueño que aún me doblega y abordo el momento desayuno. Leche, cereales o galletas o tal vez tostadas con mermelada….¿de qué pie se levantarán hoy?. Y les despierto. Con besos. Con muchos besos. Con ese besayuno que alimenta mi alma somnolienta y sedienta de amor pero que dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Y es que enseguida aterrizan las quejas y los aspavientos que expelen un «joooo, mamá ya vale» o un «déjame un rato»…

Y entonces advierto que estoy estrechando unos cuerpos que ya no son tan pequeños ni tan ligeros; que ya no imploran con sus bocas un biberón sino que me arrollan con ásperos vocablos para alejar de sí mis carantoñas. Y me contengo. Sacudo mi cabeza y finjo que no entiendo nada para no perder el tiempo y continuar con los quehaceres que me aguardan. Hay que apresurarse si queremos ser puntuales. «Venga, lavad los dientes» (¿desde cuándo lo hacen solos?), «Preparad las mochilas de la escuela», «¿Os habéis calzado?», «¿Habéis cogido el almuerzo?»...Todo un despliegue casi militar para ponernos en movimiento. Después atiendo mis asuntos domésticos y algunos proyectos laborales que tengo sobre la mesa. Me concentro y consigo distraer la mente de todos esos problemas que asoman por entre los vértices de mi ventana, por debajo de la puerta o a través del hiperactivo whatsapp. Inspiro mis reflexiones con frases positivas mientras interpreto mis ideas sobre el teclado par dar a luz algo provechoso. Desconecto de mí misma por unas horas y recargo la batería que con tanta facilidad se me agota luego con los niños. Estoy lista.

Así, colmada de ímpetu, los recojo del colegio. Me siento plena de coraje, fuerte, capaz. Hasta que me topo con una medio sonrisa cuya amplitud es directamente proporcional a la calidad del bocata que les he preparado. Y lo cierto es que, a estas alturas, solo la nocilla me asegura una acogida como dios manda. Una parte de mí todavía recuerda aquellos primeros meses de escuela en los que salían a abrazarme con el júbilo de quien te ha echado de menos, sin pensar en su refrigerio...¿pero qué demonios ha pasado desde entonces?. Ahora el arco de sus labios pronto se transforma en un mal gesto. La merienda no es de su gusto y el plátano no les hace ni pizca de gracia. Además no nos quedamos en el patio porque hay que hacer recados y he olvidado el balón en casa. Vamos, una apuesta segura para alguna que otra pataleta. Lo hago todo mal, al parecer. Dejé ya de ser remanso y cobijo, motivo de alegría y admiración para convertirme en la mala de la película que niega, arrebata, confisca, castiga y yerra. Una perfecta imperfecta.


En fin...sobrevivimos la tarde haciendo esto y aquello, pasando con suerte un rato por el parque para que se encuentren con sus amigos. Estoy sin estar. Me ven aunque no reparan en mi estampa sobre el banco observando sus juegos y sus logros en las anillas. Olvidan que existo hasta que llega la hora de regresar al nido y les llamo para iniciar el ritual de las cenas y los baños. «Ah...es verdad...mamá estaba aquí», recuerdan.. Protestan porque todo les parece poco, porque quieren quedarse todavía más, porque tienen hambre (que, por cierto, no habían sentido hasta ese mismo instante), porque están cansados, porque no les doy un chicle…

Al llegar a casa, tampoco están dispuestos a ponerse el pijama o a doblar su ropa o a lavarse las manos antes de cenar. Solo si les azuzo, si les insisto, si les amenazo con alguna que otra represalia sienten la suficiente motivación como para hacer sus cosas. Peleamos y nos embarcamos en la órbita de la cantinela de siempre. Y es que parece imposible conseguir que un día lleguen y colaboren por iniciativa propia. Ayudar es un verbo que desconocen o pretenden ignorar. Y la paciencia, que es todo un arte, no abunda a estas horas de la noche. Señoras y señores, la tensión está servida.

Pero toda guerra tiene su tregua y, aunque con el vello erizado por una lucha continua y repetitiva, siempre encontramos destellos de paz que nos hacen recordar la suerte que tenemos. Así que, cuando nos tumbamos entrelazados sobre el sofá, muy pegaditos los unos con los otros, y vemos un capítulo de su serie favorita antes de dormir, siento mucha gratitud. Y aprovecho esa idílica escena de paz para abrigar sus manitas con mis besos; para acariciar sus pies aletargados o arrullar sus mejillas con zalamerías inventadas; para devorar sus ojitos distraídos con los míos; para arropar sus cuerpos con la manta de mis brazos y los más cálidos pensamientos...Para olvidar, en definitiva, todas esas cosas que me han hecho explotar de rabia y morir de amor por un ratito. Y pensar que están bien, que están conmigo, que estamos tranquilos y no bajo el azote de un huracán, de una enfermedad o de la bóveda de un puente cerca del río.

Entonces les miro con calma, como no he podido hacerlo en toda la jornada... Y, de repente, me da la sensación de reencontrar sobre el diván a aquellos chiquitines que buscaban el amparo de mis alas, aquellas criaturas frágiles que apenas sabían caminar y que balbuceaban mi nombre de un modo que solo yo podía entender. Reparo en el perfil definido de sus caritas, en las sombras de sus largas piernas apoyadas sobre las mías, en el cuenco de sus manos ciñendo el contorno de mis dedos, en la anchura de unas espaldas que ya no se consumen en una sola caricia...Y me voy dando cuenta de que ya no son ellos aquellos recuerdos de no hace tanto. .Que son distintos. Que son más altos y más robustos. También más independientes, más críticos, más capaces de defender sus caprichos. Como si hubieran cambiado de un día para otro. ¿Qué demonios ha pasado?- me pregunto....Supongo que, en todo este tiempo compuesto por días que me consumían con sus rutinas, ellos, simplemente, han ido creciendo.

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