38 cosas que ya no sé si hacer

Querido mío, pequeño ángel endemoniado de mis entretelas...No es posible explicarte con palabras algo que, si bien tú algún día experimentarás, ahora mismo resulta inalcanzable a tu comprensión. Del mismo modo que no puedo pretender que una mariposa arañe las estrellas con la danza de sus alas, no puedo si quiera fantasear con la idea de que logres entender qué siento por ti. Amor...si...vale...pero es un término demasiado extenso y es susceptible de tantas interpretaciones que podríamos escribir toda una enciclopedia sobre este sentimiento. Y no tengo ganas.… Pero te diré que, para mi, no es una emoción sino un estado. Las emociones suben y bajan, cambian, nos marean y nos confunden en tantas ocasiones...Un estado es algo que es. Inmutable. Impenetrable. Intimo. Intransferible. Es como un trazo grabado a fuego en mi alma y que mutó mi ser para siempre...

Tu arribo marcó un antes y un después en mi vida. Contigo ya nunca fui la misma y estoy aprendiendo a ser lo que nunca esperé que podría ser. Contigo conocí el miedo. Pero el de verdad. Ese que perturba el fluir de tu mente, que obstruye tu razonamiento, que urge el compás de tu respiración, que te paraliza y te ciega. Ese que anega tu corazón y lo hinche de profecías apocalípticas arrojándote a un pozo de lamentaciones. Ese que teme que te atropelle un coche, que te hieran, que tropieces y no me veas, que te pierdas, que te ofendan, que abusen de tu inocencia o te maltraten sin que yo lo sepa, que no te acepten o te rechacen por cualquier simpleza. Ese que prefiere ofrecerse como sacrificio a unos dioses que ni sé si existen con tal de asegurarse de que estés a salvo.

Contigo perdí la noción de mis propios deseos. Todos mis anhelos pasan ahora, en primer lugar, por que tú estés bien. Y seas feliz. Ya olvidé que quería unos zapatos rojos o viajar al Caribe a un todo incluído y lo hice para inscribirte a una buena escuela, comprarte un abrigo, darte el capricho de subirte a las barracas. Ignoré también mi cansancio por jugar contigo un rato y renuncié a descansar media hora por llevarte al parque. Dejé la lectura para construir castillos de arena o saltar las olas. O para tirarme a la piscina y que pudieras hacerme una ahogadilla. Olvidé también qué significa hablar tranquila por teléfono o estar en el baño con la puerta cerrada para no perderte de vista o que no te sientas solo. O dormir 8 horas seguidas porque, aunque duermas, me levanto cuatro para ver si respiras...

Cosas que ya no sé si hacer


Y he aprendido tantas cosas...Sobre esa paciencia que pensé que no tenía y resulta que tengo, aunque se agote a veces. Sobre la creatividad que se me desata cuando se trata de sobrevivir a tus exigencias. Como cuando te digo que no he encontrado ese juguete que buscas desesperadamente y que, en realidad, tiré a la basura hace un mes porque daba grima. O como cuando te digo que te ponen una multa si gritas por la calle o si no echas el chicle a la basura. O que si dejas algo en el plato, tu estómago se pondrá muy triste y dirá que no quiere un helado. Mi inventiva no deja de crecer ni por un instante.

Soy, también, mucho más consciente de que los tiempos a tu lado son distintos. Que un «ponte los zapatos» no son ni mucho menos 5 minutos. O que un beso tuyo dura menos de 5 segundos aunque lo guarde en los labios eternamente. Que vuelan los días pero se me hacen eternos cuando te veo deambulando por la casa afligido porque te aburres. Que antes de tenerte suspiraba «no me da la vida para nada» y ahora no entiendo a qué me refería…¡Cómo han cambiado las cosas desde entonces! Y es que el tiempo para mi misma se ha reducido a ese intervalo que transcurre entre que reclamas algo del frigorífico y te lo doy y me pides otra cosa.

Contigo he conseguido ir recuperando la niña que tengo dentro. Sonrío cuando echo la mano al bolso para rescatar la barra de labios y saco, en su lugar, tu muñeco de goma. Contengo la risa como puedo al notar algo extraño en la cabeza y toparme con esa horquilla de Peppa Pig que pusiste en mi pelo cuando te ataba las playeras mientras mantengo el tipo delante de mi jefe. O cuando me percato de que la rapidez con que desaparece el euro que tengo para la taquilla de la piscina es directamente proporcional al aumento de tus ahorros. Tarareo una canción mientras conduzco y descubro que es la última de Frozen o el himno de tu equipo favorito...Ya no recuerdo quién era mi artista preferido.

Veo las cosas de otra manera...Si antes correr una maratón se me antojaba una locura, ahora me parece hasta una buena excusa por no escucharte cien mil veces que tienes hambre. Que irse a la cama no es tan sencillo como lo era en el pasado y que tampoco significa dormirse. Que decir «voy a...» supone todo un despliegue de recursos y organización casi militar porque ya no voy sola ni entro ni salgo a mi antojo. Que ser puntual no es una actitud...es una cosa de suerte. Y llevar las uñas pintadas de colores fantasía y purpurina, medio quebradas y desiguales, no es un descuido sino la clara evidencia de que tengo hijos. O que combinar los pantalones y la camisa que compré a juego con la mochila de Pocoyo o de Bob Esponja no es ningún desarreglo. Es supervivencia pura, simples gajes del oficio de madre. Me da todo más igual porque lo que importa de verdad no cambia.

Vida mía, no sé si sé todavía cómo maquillarme o dormir en mi cama sin pasar por la tuya. No sé si recordaría ahora mismo qué supone eso de tener un libro de viaje o realizar las tareas de casa sin que alguien me persiga por cada rincón como si pillarme fuera su misión en la vida. No creo que pueda evocar la sensación de esperar al fin de semana para descansar (ja!) o la idea de pasar un domingo de invierno en pijama. Dudo también que logre acordarme de la armonía que supone contemplar unos calcetines emparejados o una puerta sin la sombra de unos dedos incrustada. O un sofá que no esconda lápices, envoltorios de chocolate, monedas o camiones extraviados. No sé si sabría vivir sin el aspirador como mascota pululando por la casa para recoger las migas que vas dejando con tus galletas o sin mis estanterías sin tantas manualidades tuyas cuya utilidad es todo un misterio. Ya no sé si sé hacer tantas cosas de las que hacía en el pasado...pero sé que sé hacer algo como jamás he hecho: y es amarte con toda el alma.

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