Las parejas que llevamos mucho tiempo intentando ser padres estamos deseando que llegue ese momento en el que nos digan qué es lo que pasa y por qué no podemos tener un hijo de forma natural. No obstante, cuando nos dan el diagnóstico y nos proponen el tratamiento adecuado a nuestro problema, algo se rompe dentro de nosotros.
Tener un hijo deja de parecernos un acto romántico, privado. Deja de ser algo de dos. Y empieza a ser algo de dos, más el ginecólogo, más un laboratorio de biólogos si hablamos de una FIV. Un tratamiento de reproducción asistida provoca sentimientos encontrados. Terror a que no salga bien y felicidad porque quizás sea el paso definitivo.
Psicológicamente desgasta mucho y una pareja tiene que estar muy unida para superar con éxito algo así. No pueden existir los reproches, y aunque el sentimiento de culpabilidad esté ahí, cuando uno de los miembros de la pareja es infértil, lo es también la pareja en su totalidad.
Venimos de estar mucho tiempo intentando conseguir un embarazo de forma natural y nuestras ilusiones ya se han roto demasiadas veces. Hay algo bueno para todos nosotros a la vuelta de la esquina, sólo hay que tener paciencia.
Paciencia es una palabra mágica en el mundo de la infertilidad. Si tenemos paciencia, tenemos un tesoro. Porque cuando empezamos con tratamientos de reproducción asistida, todo son timings, nada corre a cuenta del azar. No podemos hacer nada, no controlaremos la situación. Sólo tenemos que dejarnos llevar e intentar ilusionarnos con que quizás sea, por fin, nuestro momento.
Enfrentarse a un tratamiento de reproducción asistida es un deporte para valientes, y es de vital importancia que sepamos que no todo va a ser coser y cantar. Que habrá días duros, que puede ser que haya un resultado negativo, que las hormonas nos van a afectar muchísimo. Pero nuestro hijo, o hijos, serán de los más queridos y deseados sobre la faz de la Tierra, y serán muy afortunados de tener unos padres como nosotros.
