Hora de aventuras

I wanna rock’n’roll all night
And party every day

Cantamos una canción de Kiss mientras yo pico verduras para un potente guiso de lentejas, bien de invierno. Hoy viene a almorzar Camila, una amiga. Le cambiamos la letra al tema, nos reímos y busco el celular para grabarlo. No alcanzo a apretar el botón rojo cuando empiezo a sentir una chorrera de líquido calentito bajando entre mis piernas.

-¡Me hice pis!- Le digo a Sebastian, que agranda sus ojos grandes. El líquido sigue saliendo, ahora con la potencia de las Cataratas del Iguazú. Voy al baño y la canilla de la entrepierna no se cierra.

No es pis, la densidad es diferente, el color y la cantidad también. Tenían razón las madres que me decían que sola me iba a dar cuenta. No hay margen de error. Llegó el momento. Rompí aguas.

Tocan el timbre, es Camila que viene por la promesa del guiso y se entera de la noticia. -¿Qué va a pasar ahora? ¿Esperé tanto este momento y ahora me voy a poner nerviosa?- Pienso frente al espejo encerrada en el baño. El corazón me debe latir a 200 pulsaciones por minuto.


Intento disimular la ansiedad. Los tres fingimos valentía y nos ponemos a hablar de House of Cards, mientras ellos terminan el almuerzo planeado y yo  me engaño con un puré improvisado.

En cinco minutos llegamos al Centro de la Mujer del Hospital Italiano, por suerte vivimos cerca. Entro a la guardia de obstetricia y el médico me revisa. Sus guantes blancos penetran mi útero, es un poco incómodo que me vean todos. Comprueba que es líquido amniótico lo que sale a borbotones y da el veredicto. “Quedás internada”.

Me hacen una ecografía para ver en qué posición está el bebé. Aseguro que está colocado, cabeza abajo y mirando hacia la espalda como me dijeron en la última eco así que confío, canchera, que voy a parto normal.

Pero con Ringo no se puede asegurar nada, eso aprendí. Por estos días al pequeño se le ocurrió darse vuelta y quedó transversal, acostadito, por lo que vamos a cesárea. Todas mis ilusiones de pujadas y llantos y cantos se van al tacho y otra vez el pequeño nos hace cambiar de escenario.

Pasaron 25 días desde su nacimiento, 13 de lo cuales Ringo tuvo que estar internado en neonatología, evaluando el ductus de su corazón, aún abierto. Hoy ya instalados en casa, nuestra vida, entre pañales, llantos y mamaderas es como cantábamos premonitoriamente, antes de romper bolsa y partir al hospital. ¡Rock and roll toda la noche y fiesta todos los días!

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