Le quieren

Cómo saber si tu hijo es aceptado en la escuela

Reuniones con profesores. Encuentros planificados en los que, de forma más o menos consciente, espero y confío que me relaten, como si fuera una novata en la materia, las maravillas y proezas de mis hijos. También, porque la ingenuidad no debería hacer acto de presencia, considero la posibilidad de que pongan en evidencia esas imperfecciones que conozco de sobra y que, un poquito, forman parte de su genio y figura. Si, cosillas que hay que pulir. Estamos en edad de aprender y lo cierto es que el aprendizaje, como decía Einstein, es experiencia. Y esta requiere tiempo. Puestos a decir verdad y, en un acto de estimulante introspección , reconozco que también yo puedo (y debo) mejorar muchos aspectos de mi personalidad así que...paciencia. El hecho es que llego puntualmente a mi cita y me siento en una de esas pequeñas y numerosas sillas que atiborran el aula de mi hijo. Espero…

Mi predisposición a escuchar es incuestionable aunque voy imaginando y anticipando mucho de lo que puedan contarme. Que si en matemáticas esto, que si en inglés lo otro, que cuando escribe tal, que cuando lee pascual...Hasta cierto punto es como un juego en el que me adentro en ese universo paralelo, que es el colegio, y de la que, normalmente, mis hijos hablan más bien poco. Y me interesa. Me llena de curiosidad...pero sin ningún desasosiego. Concedo importancia, pero no demasiada, a las notas en esta edad tan temprana...Me gusta premiar el esfuerzo, la intención, las ganas, el rato que dedican a sus tareas...pero sin tirarme de los pelos. Considero que jugar es importante como también lo es aburrirse, investigar, pelear y hacer las paces con los amigos, inventar un pasatiempo y aprender sin un libro delante. Así que me siento relajada pensando que esta será una entrevista animada que me desvelará algunos detalles sobre la realidad de mi retoño que, ahora mismo, están fuera de mi alcance...


Como preveía, la profesora comienza su exposición con una idea general sobre la criatura para sumergirse, poco después, en los pormenores de su rutina escolar. Me cuenta qué se le da bien, qué podría mejorar y en qué materias, cómo se comporta en la clase, de qué disfruta más, qué reacción tiene ante determinados proyectos y qué tipo de vínculos afectivos nutre con sus compañeros. Intervengo para confirmar la mayoría de los comentarios relativos al carácter; me congratulo por aquellas cualidades que demuestra en sus actividades; me sorprendo, poco, pero me sorprendo ante la descripción de algunas de sus actitudes...Pero sobre todo me abandono a la cadencia de esas palabras mágicas que resuenan en medio de esa estancia, henchida de colores y números y pósters y libros, y que, la profesora, pronuncia al final del discurso: «le quieren y le quieren mucho».

Será una tontería pero, aunque yo no había percibido señal alguna de lo contrario, la confirmación de que mi hijo es apreciado (y tanto) por sus compañeros de clase me alivia. Percibo el discurrir de mis pensamientos serenados moldeando una sonrisa que nadie puede ver. Distingo el pulso agitado y el regocijo de mi alma aplaudiendo la noticia. Siento como si todo lo expuesto con anterioridad en esta reunión, perdiera envergadura...y respiro. Y es que hace algún tiempo ya me topé con algunos moratones y mordiscos adueñandose de las manitas o del brazo de mi hijo. Ya tropecé con las ofensas de la inconsciencia de los niños. Y con el liderazgo inaudito de algunos de ellos aprovechándose de la ingenuidad del mío. Ya me percaté de que este tendría que aprender, antes o después, a defenderse. Pero no ha hecho falta. Ha sobrevivido, al menos hasta el momento. Y lo ha conseguido conquistando con su forma de ser...y tal vez con algo de suerte.

Vale, son pequeños, son cosas que pasan...pero eso que llaman bullying, que en nuestro idioma es maltrato puro y duro, no nos revienta en la cara a partir de cierta edad. Nace y crece presentando unos síntomas en los orígenes. Tiene su complicación diferenciarlo de la irracionalidad propia de la infancia o de un mal momento o de una fase que ya se pasará. Pero no quita para estar atentos. Para extender nuestros mil ojos allá donde exista la más minúscula ranura de acceso. Para vigilar esas conductas que puedan apuntar a una diana de abuso y atropello.

Y es que nadie está exento. Ocurre en todas y en cualquier parte; en cada recodo del mundo; en cada esquina; en todas las escuelas. Hiere y su agravio es lento y silencioso. A veces, incluso mortal. Por eso, creo que soy muy afortunada de tener un niño al que adoran en el cole. De que sea bueno. De que sea noble. Y tengo la responsabilidad de enseñarle el valor de la justicia y del respeto. Para que sepa advertir los indicios del ultraje y del agravio desde lejos, se preserve de las malas compañías, comparta su sufrimiento si le lastiman, ofrezca su mano si se lo hacen a otro. Simplemente para que pueda vivir libremente.

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