Pequeños Einsteins

actividades_extraescolaresPuede que proceda de otro planeta. O que peque de ingenua y bohemia. Puede que carezca de esa visión de futuro indispensable en este mundo tan preñado de rivalidades e incertidumbre. Y que mi ausencia de perspectiva condene al deslucimiento los frutos del mañana. Puede que no tenga los pies hincados en tierra firme y que mi negligencia no permita nutrir adecuadamente las virtudes y talentos de mis hijos. Puede que sea algo pasota. O incluso egoísta por no querer sucumbir a horarios apremiantes y a carreras delirantes que roban el aliento cuando más falta nos hace. Puede que me niegue a formar parte de ese desfile de actividades extraescolares que empapuzan las agendas de nuestros retoños hasta reventar también las nuestras. Puede que me oponga a ese ritmo acelerado de idas y venidas que traspapelan y extravían la oportunidad de mirarnos a los ojos. Y de hablar. O reír. O, por qué no,  de discutir. O de jugar. O de llorar si nos pesa el alma.

Así que no. No he cedido a la presión de mis hijos para apuntarse a esto o aquello, a todo lo que hiciera falta. Ni a inglés, ni a judo, ni a kárate, ni a fútbol, ni a danza, ni a dibujo, ni a todo ello junto… Me he ceñido a un solo deporte, eso sí, para que se desfoguen después de esa larga jornada de trabajo que afrontan en la escuela. Y el resto del tiempo… ahí lo tienen. Ahí lo tenemos. Entregado al cumplimiento de nuestros deseos o, incluso, rendido al aburrimiento. Pero es nuestro.

Y lo reclamo a pesar de que a veces supone apechugar con dos pequeños desganados que solo hallan diversión en las más ingeniosas travesuras; que me piden que resuelva sus disputas; que piden y reclaman y que no conceden descanso a mi mente saturada de sus voces y de sus quejas. Aunque suponga que debo estar presente de forma incondicional para atenderles y para dar asilo a todas sus protestas. Aunque me impida disponer de un poco de tiempo para mí misma. Aunque me exija exprimir la imaginación, que a veces me declara la guerra. Aunque tenga que echarles una mano para inventar distracciones que aderecen esas horas que, sobre todo en invierno, vagan ociosas y sin rumbo cierto.

Defiendo esos ratos en los que simplemente estamos ahora que puedo estar con ellos. Ahora que son pequeños. Ya tendrán tiempo de crecer y de comprender mejor sus gustos. Ya aprenderán a coger las riendas de su entusiasmo y a tomar decisiones sobre cómo y de qué manera desean ocupar su tiempo libre. Ya cultivarán la capacidad de discernir sus verdaderas preferencias entre toda esa infinidad de opciones con que contamos hoy en día. Ya se percatarán de que uno no puede apuntarse a cualquier cosa simplemente porque suena bien o porque se ha inscrito su mejor amigo.

Hasta entonces (y tampoco es que falte mucho), prefiero que llenen sus mochilas de vida. No solo, confieso, me resulta más económico y menos estresante, sino que además, según algunos expertos, es aconsejable que jueguen mientras puedan; que no vivan tan pronto sometidos a las exigencias horarias y disciplinarias de un exceso de actividades fuera del colegio; que dispongan de tiempo para hacer lo que les venga en gana, por lo menos en sus primeros años. Y yo lo llevo a rajatabla.


Entiendo que no siempre es fácil y que los motivos para buscar ocupaciones a los hijos pueden ser de lo más variopintos. Y respetables, sin duda alguna. Pero no son los míos. Yo no quiero que sus días discurran tras los telones que nunca se abren dentro de casa. No quiero forzar la máquina ni quemar etapas. No quiero ocupar sus tardes para tener libres las mías o tratar de que sean los más listos como si de ello dependiera mi vida. No qu  iero rendirme a sus caprichos tornadizos que mutan sus anhelos con la facilidad con la que cambia el viento. Ni pensar, dentro de unas cuantas primaveras que, en realidad, no vivimos juntos porque ellos ya conviven, desde hace mucho, con el mundo que les acapara ahí fuera.

Creo que todo tiene su momento y que este incipiente período de sus existencias todavía necesita de un vasto reino de libertad y esparcimiento. Con el paso de las estaciones irá inexorablemente mermando para ceder soberanía a la responsabilidad de las tareas, de los exámenes, de la planificación de horarios y de los quehaceres extraescolares. Pero no veo razón para acelerar este proceso. A su misma edad, a eso de los 5 o 6 años, recuerdo que no pensaba en otra cosa que no fuera jugar después de clase. Esa era todo mi cometido. Ser una niña, sin más, privada del frenético ritmo que hoy domina nuestro presente. Distante y resguardada de su precipitado compás, de la voracidad de sus prisas, de su insaciable apetito por hacer siempre más, por ser mejor, por ganar.

Y un poco siento que voy a contracorriente. Percibo el pulso agitado de tantos progenitores que pretenden hacer virguerías para cuadrar las distintas actividades y para que los niños no falten a ninguna. Desean que sus criaturas sepan más inglés del que aprenden en el cole y  que empiecen en seguida a entrenar para convertirse en una deidad del fútbol además de probar con la pintura o con algún otro deporte. Casi parece una carrera por conseguir que desarrollen cada mínima porción de su ser sin quedarse jamás atrás; por lograr que afloren todos sus talentos de golpe o lo antes posible; por asegurarse de que el futuro será suyo y de que recibirán la bendición de la suerte y del éxito. Me parece una competición a velocidad de vértigo demasiado precipitada y en la que no pretendo participar. Ni ahora, ni más adelante.

Será que soy de fácil conformar. Será que no concedo suficiente importancia a algo que la tiene aunque sea incapaz de verla. Será que pretendo vivir tranquila mientras pueda. Será que voy despacio, que soy lenta, que soy rara. Será que pienso que cada edad tiene su afán y que atiborrarles la agenda nunca les hará más sensibles ni más generosos ni más felices. Será que creo que estar en casa también es bueno y que se puede compaginar con toda esa miríada de posibilidades que nos tientan al abrir la puerta.  Será que soy antigua y que me gustan las cosas a poquitos y a su debido tiempo, que creo entender qué es lo mejor para mis hijos o que confío en los impulsos de mi instinto. Será que en el fondo soy muy consciente de que serán todos estos momentos los que trataré de rescatar en mi memoria cuando tengan esa otra vida, absorbente, apasionante y abrumadora, que antes o después se irá haciendo hueco; cuando sean menos las ocasiones para estar juntos; cuando hayan alzado el vuelo…

 

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