La epidural, bella y oscura

Nos  queda  la  libertad  interior  de  cada  uno,  la  libertad  de  pensar,  la  libertad  de crítica y autocrítica constante, de no ser autocomplaciente o conformista.

Rosa Montero

 

Reconozcámoslo, la epidural es un tema espinoso. Entrad en los foros sobre partos y epidural y un caudal de opiniones encontradas tirarán por tierra cualquier expectativa. Cada uno cuenta la feria según le va y este tema tan peliagudo no iba a ser menos.

Las mujeres que se la ponen tachan de retrogradas y masoquistas a las que no se la ponen. En los tiempos que corren, sufrir por sufrir es un atraso. Incluso ante la pregunta de si se la van a poner, contestan casi ofendidas: ¡Por supuesto! La duda ofende, que dirían algunas. Por otro lado, las madres que la rechazan opinan que las otras son unas irresponsables, unas mamás comodonas que sólo piensan en ellas. Mujeres que prefieren no pensar en sus hijos y que les da igual acabar en cesáreas o en un parto con ventosa o fórceps. Para gustos colores.

Al margen de todo esto, es una verdad incuestionable para todos aquellos que asistimos partos, que la epidural es buena para quitar el dolor y mala para parir. Es más, curiosamente las mujeres que se la ponen viven el periodo expulsivo acompañado por lo general de molestias dolorosas, como un fracaso de la técnica.

Muchas de esas madres quieren parir sin parir. Me explico, que el bebé caiga solo y se deslice como pez en el agua hacia el exterior, sin el mínimo esfuerzo y por supuesto, sin una sola incomodidad. Para eso se ha puesto, si no ¿qué razón tiene firmar el consentimiento de riesgos, asumir las posibles complicaciones si no es para descansar y no aguantar dolor? Cuando se les anima a empujar, algunas no lo entienden o magnifican el fastidio de los pujos como si fuera una hazaña sobrehumana.

Una vez alcanzados los diez centímetros, sonríen y expresan su satisfacción de que ya no queda casi nada. Una nada que se traduce en horas, a veces 3, de empujes forzados, dolorosos y con frecuencia agotadores. Por otro lado, las gestantes que optan por rechazarla juzgan a la ligera y de forma frívola a aquellas mujeres que la defienden y la defenderán. Los radicalismos son nefastos.

Curiosamente en las encuestas de satisfacción con la experiencia del parto, las mujeres que optaron por un parto normal, se sentían más satisfechas que las mujeres que se les había administrado epidural. Las incomodidades maternas son varias: sondajes vesicales, inmovilidad, picores, fiebre y bloqueo motor. Entre las ventajas están: descanso, relajación, sensación placentera, alivio y posibilidad de dormir.

Hace años el sistema sanitario premiaba a aquellos hospitales y servicios que tuvieran una elevada tasa de epidural. Patético, cierto. Hoy se intenta mostrar e inculcar en las gestantes que hay varias opciones y que lamentablemente la epidural no es la inocua y milagrosa técnica que salva a las mujeres de la maldición bíblica.

Planes de parto, información real, videos y sin fin de materiales deberían formar parte del paquete de ayuda que se le mostrara a la embarazada con el objetivo de evitar sorpresas. Pero a nuestros gestores sanitarios el tema de las mujeres, el tema del embarazo, el tema de la maternidad, les resulta indiferente, al menos en el sur.

Resumiendo, lo esencial es que las gestantes desojen la margarita de la epidural con conocimiento real y absoluta libertad.

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