Por ti, pequeño mío

Por tiRenuncio a dormir a pierna suelta. Renuncio a hacerlo como lo hacía antes, hasta que me empachaba de descanso, hasta que me despertaba del letargo con mis gestos lentos, hasta que lograba descoser mis pestañas durmientes o hasta que escuchaba el portazo del último de mis sueños. Renuncio a incorporarme despacio en el lecho con la única premisa de ir al trabajo. O de atender las tareas que apunté en mi agenda. O de ocuparme de mis propias cosas. Renuncio a estirar mis brazos bostezando con la calma de quien ha reposado sin interrupciones. Renuncio a esas noches en las que tan solo mi voluntad tenía la potestad de alterar su placentero ritmo; a las que se arrodillaban sumisas ante los edictos de mi capricho. Y te cedo la soberanía de ese plácido y diáfano reino. Por eso acepto que lo pongas patas arriba si es tu deseo. Y que me reclames con tu llanto y que, el ímpetu de tu garganta, silencie la mía. Si tienes hambre, si perdiste tu chupete, si te atraparon las pesadillas o te pusiste malo, si necesitas verme o sentirme muy cerca; si se te escapa el sueño y se escurre por tus sábanas hasta caer de bruces o si las luces que puse para darte compañía se te apagaron; si ni siquiera sabes qué es lo que te pasa y tan solo se te ocurre llamarme en medio de la oscuridad… puedes hacerlo. Te prometo que estaré ahí sin falta. Aunque a veces me duela, no quiera o desfallezca de agotamiento.

Renuncio a los días cuyas horas respondían a mi antojo. A los años en los que iba y venía, subía, bajaba, entraba, salía, hacía lo que quería ondeando la bandera de mi libertad. Renuncio a aquella enseña que dejará de ser mía y pasará a ser de los dos. Renuncio a aquellos dominios que se extendían bajo su estandarte y te cedo el trono que los gobierna. Porque ya no serán mis necesidades sino las tuyas el eje sobre el que girarán mis decisiones. Y será algo nuevo para mí. Será como intentar dirigir mi propio navío con un nuevo mapa. Prometo, no obstante, que bregaré por no perderme en la confusión que abatirá mis velas para concederte todo lo que requieras, en cada momento, en cada instante. Me esforzaré porque nada te falte, porque sientas que siempre puedes contar conmigo mientras procuro no perderme a mí misma en el camino. Cambiaré mis planes o tal vez ya no los tendré. Serán los tuyos con los míos a cuestas. El compás de mi brújula lo marcarás tú, aunque a veces, la mayor parte de las veces, ni te darás cuenta.

Renuncio a todas las que consideré mis prioridades, a lo que llegó algún día a ser, para mí, importante. A tenerlo todo claro porque dejará de estarlo. Lo que fue dejará de ser; lo que tuve ya no lo tendré; lo que imaginé, será diferente; lo que creí imprescindible estallará en mil añicos que no podré recomponer. Renuncio a la insolencia de pretender saber lo que es valioso porque cambiará de nombre cuando hayas llegado. Si me agarroté en el pasado con la ausencia de tiempo para hacerlo todo, con la abusiva rutina que me instigaba a cumplir con sus exigencias, con la abundancia de propósitos que nunca saciaba…dejaré de hacerlo. Me sumergiré en tus incontables cuidados y también en tus sonrisas. Luego me percataré de que lo más importante de todo es estar viva.

Comprenderé, entonces, la suerte de poseer un organismo generoso y saludable que me permitirá ver tu carita apenas esculpida y también la mutación que experimentará con los años; percibir el sudor empañando tus manos porque tienes miedo y, más tarde, porque te pueden los nervios de tu primera cita; escuchar el compás de tu voz recién parida o, cuando crezcas, de ese timbre distorsionado que me confesará que perdiste el niño para acoger al hombre; advertir el fresco perfume de tu piel aseada o, algún día, sofocada por el rosario de aromas que acumulaste una noche de fiesta; deleitarme en el sabor de tus primeros besos y, cuando llegue mi hora, también de los últimos. Me sentiré afortunada por la fortaleza que sostiene la rienda de mis sentidos y me abre la puerta a los tuyos. Me sentiré tan agradecida por seguir con vida…

Así que supongo que también renuncio a prescindir de la idea de la muerte. A correr riesgos sin pensar que lo son, a lanzarme al vacío de la experiencia por el simple hecho de sentirme joven, por creerme fuerte y un poco inmortal. A no importarme que todo se acabe porque al fin y al cabo a todos pasa. O que pasa muy lejos. A no darme cuenta de que no soy eterna y que nunca se sabe dónde está el final. Recuperaré el temor a caer o a desfallecer, a que me fallen las fuerzas, a desaparecer de repente, a morir. Resurgirá en mi alma el pensamiento del tormento que sería abandonarte aquí. Me aferraré a este mundo con uñas y dientes y no me querré ir. Y no tendré más remedio que aprovechar y agradecer cada segundo que pueda pasar junto a ti.

Renuncio, cómo no, a pasar por alto aquellos instantes que ignoré porque vivía enfrascada en el estrépito de la rutina. Renuncio a continuar desterrando al universo distraído de mi ceguera los bellos momentos en los que amanece, hace sol o llueve; los que sienten el peso de la brisa y azuzan las hojas como mariposas; los que permiten que roce mi pelo con los labios provocando en ellos un cálido hormigueo; los que explotan ante la espesura de una aurora esplendente; los que me muestran tantos milagros que, en tu ausencia, he dado por descontado. Renuncio a seguir ignorándolos. Contigo abriré los ojos. Tendré que hacerlo. Te fascinará cada pequeño descubrimiento que hagas y me tirarás de la falda para mostrarme esa flor sobre la que se apiñan las hormiguitas. Me preguntarás cómo se hace la nieve o por qué desaparece con el sol. Perseguirás los brincos de un saltamontes y te asombrarás con la luz titilante de las estrellas. Soñarás con la otra cara de la luna y contarás con los dedos los planetas. Me obligarás a resucitar la memoria y la admiración ante tanta belleza. Y mientras vayas descubriendo las maravillas de la vida, me preguntaré cuándo yo dejé de verlas.

Renuncio a tantas cosas, pequeño mío, a tantas que ni siquiera sospecho a cuántas. Muchas ya las distingo en la lejanía, otras las adivino mientras te descubro avasallando mi cuerpo y tantas otras irán llegando con el tiempo. Pensarás que estoy loca por sacrificar aquella holgada libertad, por abandonar aquella realidad tan mía en la que me sentía tan segura, por dejar atrás tierra firme y tirarme por la borda. Creerás que hay que estar chalada para abandonar el abrigo de lo conocido y lanzarse por un barranco atestado de cambios y de sobresaltos, por vendarse los ojos para caminar por un ignoto precipicio. Supondrás, con razón, que solo un tesoro de valor incalculable podría explicar un acto temerario semejante; que solo algo en verdad deslumbrante justificaría tal atrevimiento. Y no te equivocas, vida mía. De modo que, cuando vengas, cuando puedas entenderlo, te invitaré a mirar al espejo y a descubrir el rostro de quien hace que todo esto merezca la pena. Te mostraré la faz de alguien hermoso y extraordinario, de alguien único e irrepetible, de alguien capaz de cambiar el mundo. Empezando justamente por el mío.

 

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