Seguramente ya hayas oído muchas veces o leído en miles de consejos sobre educación eso de que cuando le dices una cosa a tu hijo, la mantengas, o ellos aprenderán que, básicamente, te pueden torear cuando quieran. La mejor forma de practicar de cara a eso que te va a tocar hacer en no mucho tiempo es practicando esa coherencia tú misma.
El otro día me hizo mucha gracia escuchar a mi sobrino pequeño decir lo siguiente (con tono indignado): “¡pero si eso es lo que siempre me dices!” , cuando le amenazaban con llevarle a la cama si no se terminaba la cena. Claro, si continuamente le mandas mensajes contradictorios, lo que haces es confundirle y que aprenda que tu palabra no tiene valor.
Si lo llevas al mundo adulto, imagina que se te rompe la nevera. Llamas al técnico y te dice que va en una hora. Viendo que no llega, le llamas, y te dice que se ha retrasado y que al final lo tiene que dejar para mañana. Tú refunfuñas pero bueno, esperas al día siguiente. Sigues esperando y te llama de nuevo diciendo que va de camino. Cuando ves que no llega, le vuelves a llamar y te argumenta que se le ha complicado el día...
¿Qué sensación te provoca eso? Seguramente enfado. ¿Qué impresión te llevas del técnico? Que no es una persona de confianza.
Lo anterior es bastante obvio pero ahora quiero que le des la vuelta a la tortilla y veas en qué momento eres tú la que “sutilmente” estás faltando a tu palabra.
Todo esto se puede traducir en que el día de mañana le prometas a tu hijo continuamente que le vas a llevar al parque y al no hacerlo, él sienta que le falles. O que le digas: mañana te puedes poner esa camiseta, hoy tienes que llevar puesto esto otro. Llega mañana y a ti se te ha olvidado pero pobrecita de ti si piensas que a tu hijo también... Ellos no solamente pueden interpretar estas cosas como que les estás fallando sino que inconscientemente están aprendiendo que la palabra no tiene mucho valor, que decir algo y no hacerlo es lo más normal del mundo. ¿Es eso lo que quieres? Piénsalo, porque si la respuesta es no, entonces debes empezar por ti.
La conclusión es que igual que a ti te gusta que la gente no falte a su palabra (por supuesto hay excepciones y situaciones justificadas, pero ese es otro tema), tú quieres acostumbrarte a cumplir la tuya. Como dice el refrán, las palabras se las lleva el viento. Mucho mejor convertirlas en hechos y construir esa confianza tan necesaria con los demás, con tus hijos, y lo que es más importante, contigo misma.
Aquí te dejo unos truquitos para que te sea más fácil:
La conclusión es que te respetarás y te respetarán más cuando lo que digas y lo que hagas vayan en bonita armonía, y es fundamental a la hora de ser ejemplo para tus hijos, y si no, seguro que se te ocurre más de un ejemplo donde estás harta de que te prometan cosas que no se cumplen...
Seguramente ya hayas oído muchas veces o leído en miles de consejos sobre educación eso de que cuando le dices una cosa a tu hijo, la mantengas, o ellos aprenderán que, básicamente, te pueden torear cuando quieran. La mejor forma de practicar de cara a eso que te va a tocar hacer en no mucho tiempo es practicando esa coherencia tú misma.
El otro día me hizo mucha gracia escuchar a mi sobrino pequeño decir lo siguiente (con tono indignado): “¡pero si eso es lo que siempre me dices!” , cuando le amenazaban con llevarle a la cama si no se terminaba la cena. Claro, si continuamente le mandas mensajes contradictorios, lo que haces es confundirle y que aprenda que tu palabra no tiene valor.
Si lo llevas al mundo adulto, imagina que se te rompe la nevera. Llamas al técnico y te dice que va en una hora. Viendo que no llega, le llamas, y te dice que se ha retrasado y que al final lo tiene que dejar para mañana. Tú refunfuñas pero bueno, esperas al día siguiente. Sigues esperando y te llama de nuevo diciendo que va de camino. Cuando ves que no llega, le vuelves a llamar y te argumenta que se le ha complicado el día...
¿Qué sensación te provoca eso? Seguramente enfado. ¿Qué impresión te llevas del técnico? Que no es una persona de confianza.
Lo anterior es bastante obvio pero ahora quiero que le des la vuelta a la tortilla y veas en qué momento eres tú la que “sutilmente” estás faltando a tu palabra.
Todo esto se puede traducir en que el día de mañana le prometas a tu hijo continuamente que le vas a llevar al parque y al no hacerlo, él sienta que le falles. O que le digas: mañana te puedes poner esa camiseta, hoy tienes que llevar puesto esto otro. Llega mañana y a ti se te ha olvidado pero pobrecita de ti si piensas que a tu hijo también... Ellos no solamente pueden interpretar estas cosas como que les estás fallando sino que inconscientemente están aprendiendo que la palabra no tiene mucho valor, que decir algo y no hacerlo es lo más normal del mundo. ¿Es eso lo que quieres? Piénsalo, porque si la respuesta es no, entonces debes empezar por ti.
La conclusión es que igual que a ti te gusta que la gente no falte a su palabra (por supuesto hay excepciones y situaciones justificadas, pero ese es otro tema), tú quieres acostumbrarte a cumplir la tuya. Como dice el refrán, las palabras se las lleva el viento. Mucho mejor convertirlas en hechos y construir esa confianza tan necesaria con los demás, con tus hijos, y lo que es más importante, contigo misma.
Aquí te dejo unos truquitos para que te sea más fácil:
La conclusión es que te respetarás y te respetarán más cuando lo que digas y lo que hagas vayan en bonita armonía, y es fundamental a la hora de ser ejemplo para tus hijos, y si no, seguro que se te ocurre más de un ejemplo donde estás harta de que te prometan cosas que no se cumplen...
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