Veces que sí, veces que no


Hay veces que te miro y me derrito...

... que busco un hueco entre las fronteras de tu torso para acurrucarme y morir un poquito... de amor. Veces en las que me consume la ternura por un gesto tuyo; por una palabra contrahecha que no aciertas a pronunciar o porque me prometes que estaremos siempre juntos. Porque me aseguras que siempre me darás la mano si el mundo se te antoja demasiado loco; que seré yo tu única princesa. Hay veces que te quiero comer a besos de esos que no sé cuándo parar aún cuando intentas zafarte de mi ardiente arrebato. Veces en las que me dejo llevar por un corazón desbocado y unas manos traviesas que buscan la tierra prometida de tu risa. Hay veces que lloro. Y lo hago por dentro para que tú no me veas. Porque sé que no entenderías la dicha que pende de mi ánima por tan solo surcar los mares de tus ojos; porque todavía puedo hacerlo sin reservas; porque aún crees que soy perfecta.

Hay veces que camino con los pies en el aire, aunque no tengo alas. Veces en las que tus retahílas de invenciones me llevan muy lejos y de ti tan cerca; de esas en las que de tu mano siento nacer mi vuelo y romperse las cadenas de una razón adulta demasiado angosta, demasiado severa. Veces en las que me convierto en todo lo que tú quieras. Y veces que te devoro sin que tú lo sepas y engullo cada detalle de tu semblante; de tu cara; de tu mirada suspendida en alguna parte que es tan tuya que moriría por atracar mi alma en ella. Ni te das cuenta de que te contemplo hambrienta, sedienta, postrada ante ti. Otras veces rozo el desmayo al saberme tierra firme para tus miedos y para tus pesadillas; al comprender que soy faro de luz para tus noches secas, aunque estas te aborden a plena luz del día; veces en las que me marea la dicha al adivinar el tono de tu voz que me nombra y me cuenta que para ti soy tan importante. Y ojalá lo sea toda la vida.

Hay veces que quebrantaría la paz de tu sueño acariciándote el pelo y me acostaría a tu lado para partir hacia donde quiera que me lleve el compás de tus latidos. Y deshojaría las horas como los pétalos de una margarita: una a una, confiada en que el último será el de «me quiere». Veces en las que sostengo tus manitas consciente de cuánto cambiarán con los años, anhelando aprenderme de memoria esos surcos que ya las firman e intentando adivinar la señal de un hermoso porvenir. Y otras en las que te toco la espalda con el suave pulso de una pluma y me pregunto cuándo dejarás de pedirme que lo haga; cuándo perderé el privilegio y el tañido, en mis dedos, de una música tan prodigiosa.

Hay veces en las que me domina el deseo de que no crezcas y de que seas infinitamente mío; veces en que finjo que no se desviarán nunca los vientos que empujan nuestro galeón pirata. Y que no te sacudirán las ansias de recorrer el mundo sin llevarme contigo. Hay veces en las que me doy cuenta de que no es más que un espejismo. Y otras en las que escucho claramente las campanadas de la buena fortuna llevándome a tierra firme y brindándome la consciencia de que todavía eres un niño; de que falta tanto para que vires tu rumbo. Y las más de las veces, doy las gracias porque estamos aquí, porque estamos bien, porque estamos vivos y estamos juntos.

 

Pero otras veces, sin embargo, lo olvido todo...

Y caigo presa de la brutalidad de la fatiga, de las prisas, de la niña malcriada y terca que quiere ser la única capitana que tripule el barco. Veces en las que te grito, te castigo, te digo que no y que no y no recuerdo ya cómo decirte que sí. Veces en que casi te maldigo por precipitar mi cuerpo maltrecho allende sus propios límites; por tirar tanto del hilo que ya ni sostengo sus flecos destejidos en medio del huracán. Y un poco te culpo por mostrarme el sendero de mi propio calvario. Hay veces en las que para ti no tengo tiempo, y no sé cómo soportar la tiranía de tus exigencias ni esa fogosidad que se te escapa de las manos. Y del alma. Veces en las que, tesoro mío, me sobrepasas. Y, por un instante, no quiero siquiera verte porque tu sola presencia me enerva, me agita, me recuerda la razón de mi enfado y la impotencia que enciende la llama que alumbra mis pecados. Y mi parca fortaleza.

Hay veces en las que no tengo respuesta a ninguna de esas preguntas que metes en mis bolsillos como si fueran la chistera de un mago de la que surge siempre algo sorprendente. Veces en las que me corrompe el silencio y mi pensamiento se marchita ante la ausencia de palabras capaces de saciar tu curiosidad impía. Y es que simplemente estoy cansada. O distraída. Veces en las que, por un momento, necesito extraviarme en el reino de la fantasía o de la nada y vagar sin estar pendiente de cada pequeña cosa que haces. Por si te caes, por si es demasiado arriesgado o no suficientemente educado, por si te pierdo, por si me necesitas, por si querías enseñarme lo bien que lo haces... Veces en las que me gustaría desconectar esa antena, escrupulosa e infatigable, que, al engendrarte, conquistó las tierras de mi corazón y de mi mente. Esa que, desde el mismo instante en que tu vida germinó en la mía, capta hasta la más imperceptible de tus señales para que nada te falte. Y lo hace sin tregua. Por eso, hay veces en las que me duele, y no sabes cuánto, el deseo de abandonarte un rato y de ceder tu custodia por una hora, solo porque necesito relamerme las heridas, si las tengo, o soñar o perder un poco el tiempo. Veces en las que brego por recordar que debo cultivar mi propio jardín si quiero regalarte flores.

Hay veces en que pierdo los papeles o tu lógica me los echa por tierra; en las que no logro dar ejemplo de lo que predico; en las que tú señalas el punto exacto de mi incoherencia y caigo a plomo con todo el equipo. Y otras en las que me cuesta, y me cuesta tanto, encontrar el equilibrio; en las que camino por entre los afilados escollos de la indecisión sin saber si he hecho bien al prometerte que estaré siempre a tu lado. Hay veces que me desgarro por amarte y por amarte tanto y otras en las que me atropella el día con sus idas y venidas sin darme ocasión para apreciar cada trocito que tengo de ti. Veces en las que deambulo confusa y otras en las que me hallo ceñida a tus besos como a un clavo ardiendo. Veces en las que soy fácil y discurro por las horas del día batiendo los remos de la paciencia; como quien sostiene una corona de mariposas: liviana y hermosa. Y otras en las que todo se complica. Entonces se levanta el viento, áspero y salvaje, sepultando mi aliento bajo su manto de polvo y arena, mientras yo muero con las botas puestas. Hay veces en las que se me han esfumado las horas pegando tiros a diestro y siniestro; y en las que, vida mía, no te he visto en medio del campo de fuego.

Y es que hay veces en que es fácil sentir la lumbre de tu amor emborrachando mi existencia, que se columpia junto a la tuya, pero otras, como ves, en las que pierdo el norte y zarpo a ninguna parte. Mas no te confundas, tesoro mío, porque todas esas veces en las que zambullo tu sonrisa en las profundidades del pesar o en las que te destierro al limbo por falta de ánimo y de voluntad; esas en las que olvido decirte al oído que te amo o en las que espanto el obsequio de tus abrazos; esas en las que me extingo entre los escombros de mis propias sombras... sigues siendo tú, solamente tú, centella que ilumina mis negruras, aunque por ellas no te vea. Tú, puerto de amor inmenso hacia el que mi alma siempre navega; planeta de luz y de fuego alrededor del que gira mi vida entera.

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